Un Montemayor diferente

El Simpecado en el cajón. Las medallas limpias. Los botos guardados. Los volantes planchados. La arena en el camino. Y la Virgen en Montemayor.

A grandes rasgos, este puede ser el resumen de la romería 2020. Una romería que, si se puede caracterizar por algo, es por la ausencia de romeros en el Monte Grande. Este año, los pinos no se han estremecido al contemplar el reguero de simpecados que peregrinan anualmente hasta Moguer. Este año, a la hora del rosario, el frío de la medianoche no se ha visto aplacado por las antorchas. Los chozos de eucalipto, este año, se han quedado en el imaginario de nuestras cabezas. La explanada de la ermita no fue testigo de la Solemne Función que a nuestra Madre de Montemayor se le dedica horas antes de salir de su ermita. Los costaleros de la Virgen no pudieron amarrar sus pañuelos ni agarrarse a los varales. El campanil no ha repicado. La Virgen no ha atravesado el umbral de su puerta al son de sevillanas y vítores.

Todo esto debería haber tenido lugar en Moguer. Y, aunque más avanzado el mes de mayo el panorama sanitario parecía mostrar algunos síntomas de mejoría, la suspensión de la procesión anual de la Virgen de Montemayor en Arahal fue un duro baño de realidad. No se montaría su paso, no se adornaría de flores ni la Cruz de la Cava recibiría a su nueva Reina. Tampoco la calle Iglesia la recibió con una petalada.

Este año, he visto como el mes que con más ilusión espero durante todo el año se desvanecía entre mis manos. Y es que, ¿qué es mayo sin Montemayor? Este año tocaba celebrar la romería en la intimidad de nuestros hogares, teniendo siempre presente a la Virgen de Montemayor y, en mi caso, aferrado a una estampita de la Señora para sentirla más cerca. Mi corazón no ha latido al ritmo del tamboril, pero palpitaba de emoción recordando pasadas romerías. Sin embargo, lo más doloroso fue despertar el lunes por la mañana y no encontrar la arena ni el polvo que se depositan en los botos y en la medalla, señal inequívoca de que una nueva romería pudo celebrarse.

A mediados de mayo, y ya suspendida la procesión en Arahal, una nueva ilusión florecía en el corazón de todos los hermanos y devotos de la Chiquetita: la Virgen bajaría de su altar para exponerse a la pública veneración de los fieles y para recibir una ofrenda floral. Con gran emoción se recibió esta noticia y la Virgen lució esplendorosa y radiante en su reencuentro con su pueblo de acogida. Un reguero de personas acudían hasta la parroquia para depositar a las plantas de Nuestra Madre un ramo de flores con el que le mostraban su cariño y amor. Y como no podía ser de otra forma, y como hubiera sucedido si la Virgen hubiese podido salir, se concluyó rezando la Salve antes de despedirse de Ella.

En definitiva, para toda la población, estos últimos meses han sido momentos muy duros, ya que la raza humana, que ha sido capaz de doblegar a cualquier criatura que se pusiese en su camino o modificar el medio natural, ha visto como su mundo se derrumbaba, como un castillo de naipes, ante la fuerza y la brutalidad de un enemigo invisible. Han sido momentos de desazón en los que la desesperanza y el miedo han paseado de la mano por todas las calles de nuestro planeta. Pero los cristianos tenemos algo que nos caracteriza y nos hace fuerte: la Fe. Una fe que, por la parte que me toca, tiene dos pilares fundamentales: uno se llama Misericordia y, el otro, Montemayor. Juntos me sostienen en los momentos de zozobra.

Sin más, recemos para que Nuestra Madre de Montemayor nos acoja entre sus manos, al igual que sostiene a su Bendito Niño, y nos de consuelo y esperanza para seguir andando hacia adelante y que nos ampare bajo su manto. Toca esperar la llegada de un nuevo mayo para poder ver a la Virgen pasear entre los pinares.

Por Romualdo Jesús Rojas Gamero. Pregoreno de Glorias (2020) - 2021